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Conferencia "Arquitectura otra, descentrada, radical. Los Pritzker latinoamericanos"

Guillermo Barrios. Arquitecto

Nacho Pardo

Tuesday, 10 March 2020

20:00

Headquarters A Coruna

while seating

Abierto al público

Guillermo Barrios
Arquitecto
Título: Arquitectura otra, descentrada, radical. Los Pritzker latinoamericanos
 
En 1980 llegó al pequeño mundo de la arquitectura y al grande de todos los demás mortales la noticia de que un arquitecto latinoamericano, Luis Barragán (México, 1910-2000), había sido galardonado con el prestigioso premio Pritzker en su segunda edición. En el año inmediatamente anterior, al despegue de este programa establecido por la Fundación Hyatt de Estados Unidos, el premio había sido concedido a Philip Johnson, una personalidad grandilocuente, de vasta obra, fuertemente apegado a las tendencias de cada momento. Pocos hubieran entonces apostado a que, apenas de un año para otro, “el Nóbel de la arquitectura” fuera a parar a manos de un arquitecto de la periferia, con una obra dedicada a la pequeña escala y desligado de los ambientes del estrellato arquitectónico. En un panorama arquitectónico internacional marcado por el hastío y un creciente cuestionamiento a los estatutos de la modernidad y sus productos fuertemente formulados que venían poblando indiscriminadamente el paisaje urbano, el jurado de este importante premio fija la mirada en la obra serena y profundamente humana de este arquitecto “dedicado a la arquitectura como un acto sublime de la imaginación poética”, como se anotó en el veredicto.
 
Desde entonces, además de Luis Barragán, el premio ha sido concedido a otros arquitectos latinoamericanos, los brasileños Oscar Niemeyer, en 1988, y Paulo Méndez da Rocha, en 2006, y al chileno Alejandro Aravena, en 2016.  Cual cuatro puntales de una parcela bien planteada, la obra de cada uno de estos maestros —los proyectos, pensamiento, entorno y adscripción, entre otros factores—va a permitir en esta sesión del Atlas del Arte Latinoamericano ensayar un vuelo rasante sobre el territorio de la arquitectura que empieza a desvelarse en el subcontinente latinoamericano desde la amplia mediana del siglo XX. Durante ese período de tiempo se desvela una portentosa escena, con la estructuración progresiva de un medio académico y la estructuración de un gremio profesional de la arquitectura y la ingeniería, auspiciado en gran parte por el crecimiento acelerado de los centros urbanos y la demanda de obras públicas para la adecuación del territorio. Toda una gesta de realizaciones que ya, al despunte de la segunda mitad del siglo XX, captura la atención de los medios internacionales, muy notablemente del Museo de Arte Moderno de Nueva York, gran árbitro de las expresiones de la modernidad, que despliega en sus salas la muestra “Latin American Architecture since 1945”. Este inventario iniciático, organizado por el crítico y curador Henry Russel Hitchcock, legitima con sus argumentos e impactantes imágenes este insurgente foco creativo ante la esfera mundial. Puertas adentro, en los confines de América Latina, en cambio, estas obras resaltadas en conjunto acá se veían como realizaciones nacionales, piezas de un damero de países con dinámicas desconectadas entre sí. Es probable que esta mirada exógena (cargada del sempiterno valor de los cuadernos de viaje para el conocimiento de las realidades locales) haya sido un importante detonante de alerta a la incipiente comunidad de investigadores que se desplegaba poco a poco en los medios académicos de la región, sumergidos a su vez en las respectivas realidades nacionales, para que abrieran su mirada al paisaje general. Los primeros recorridos panorámicos que se emprenden, propuestos por Bullrich (1969) y Bayón y Gasparini (1977) entre otros, revelan un estado del arte de la arquitectura de la región de rasgos diferenciales, atenido a las circunstancias propias de cada país. La urgencia del encuentro de los esfuerzos estancos se erige de inmediato en gran tarea de los investigadores de la región, quienes, a través de sucesivos encuentros, foros, bienales y seminarios, facilitan la aparición de propuestas como “Arquitectura descentrada” (Marina Weissman, 1983), “Arquitectura otra” (Enrique Browne, 1988) y “Modernidad apropiada” (Cristian Fernández Cox, 1998), entre otros, para designar el corpus arquitectural del variopinto territorio latinoamericano.
 
En los primeros emprendimientos antológicos de este ambiente de discusión regional, la obra de Barragán aparece prácticamente al margen, arropada por el cuerpo de trabajo de figuras como Pedro Ramírez Vásquez y Mario Pani, entre otros, en su propio país, y en el panorama regional, de Oscar Niemeyer y Lucio Costa, en Brasil o el de Clorindo Testa en Argentina, cuya escala y elocuencia formal, mayormente asociado a la construcción de escenarios “nacionales” y simbólicos, domina la atención de los críticos. Aunque ya había sido objeto de una importante aclamación con una exposición en el MoMA con textos del arquitecto y crítico argentino Emilio Ambasz (1975), el Pritzker a Barragán sorprende en ese contexto en tanto que celebración de la cotidianidad y contribuye a partir de entonces a esparcir no solo su legado —el espacio interior, en el cual incluye vacíos significativos y atrapa jardines encantados con una paleta de colores que hace su marca indiscutible— sino el de toda una corriente de aproximación espiritual, entrañable, a la creación arquitectónica que se cuela por entre las grandes realizaciones escénicas, allende las fronteras de México. Hacia el sur, Jesús Tenreiro y Jimmy Alcock, por ejemplo, quienes labran un camino muy propio dentro del panorama trepidante de la modernidad venezolana, con sus arquitecturas de luz tamizada y prácticamente sumergidas en la densa flora tropical; más al sur Eladio Dieste, en Uruguay, y otros que esquivan las tendencias proyectuales y crean espacios —no simples edificios— en diálogo franco con los materiales y sus posibilidades expresivas. El Pritzker para la gran arquitectura latinoamericana, aquella que ya antes de la mitad de siglo poblaba las paredes de los grandes museos (recordemos además la tempranísima “Brazil Builds” (1943) en el MoMA, incluso antes de la fundación de Brasilia), las páginas de las grandes revistas internacionales y los libros emblemáticos de la disciplina (Zevi, Benevolo et al), no se hace esperar. En 1988, el octogenario hombre que la recibe no es un anciano, sino un rebelde de la cultura, en cierto momento menospreciado por 'extravagante' y 'escultor' por los puristas del movimiento, quien con su programa de aproximaciones libérrimas adscribió los postulados modernos para propulsarlos y llevarlos a un terreno propio. El de Oscar Niemeyer (Rio 1903-2007) fue un terreno sin anclas, que se expresó en varios continentes para reivindicar una arquitectura libre de marcas necesariamente nacionales. Su trabajo representa al de toda una legión de arquitectos latinoamericanos que trabajó en esa dirección y cuya “otra arquitectura” revisaremos como parte de este Atlas. Además del gran maestro Lucio Costa, con quien proyectó el emblemático edificio del Ministerio de Educación y Salud en Rio de Janeiro (1937-43) y nada menos que Brasilia (1960), su nombre alude a la contribución de otros grandes arquitectos de la región. Carlos Raúl Villanueva en Caracas o la de Emilio Duhart en Santiago de Chile, como parte de un conjunto denso, cuya impronta expresa sin cortapisas la vitalidad celebrada de la nueva arquitectura que se hace y justifica el apelativo de Nuevo Mundo con el que se conoce la región. En 2006, el Pritzker vuelve a los espacios serenos, que hunden sus pilares en las significaciones locales, al ponerse en manos de Paulo Mendes da Rocha (São Paulo, 1942). Sus aproximaciones en la línea del “postracionalismo” acuñado como término por la crítica regional, urde su programa en la lógica del material y la inyección de la casa en la naturaleza y el paisaje urbano. Tal como se hace notar en el acto de concesión del premio, la arquitectura de Rocha enfatiza la dimensión ética de la arquitectura, su compromiso con las preexistencias y con la resolución programática de la edificación. Su uso creativo y preferente del hormigón, un material de construcción por antonomasia moderno no limita, sino que potencia la plasticidad de sus espacios. Estos fluyen dinámicamente como un todo en perfecta conjunción con las partes, el conjunto con los detalles constructivos y los recodos espaciales.  La “discreta presencia” que Helio Piñón reivindica como característica especial de su obra la marca como “sobre todo, arquitectura”, una que deviene, más que un lugar para estar, una experiencia siempre conmovedora. La obra de Rocha se vincula directamente con la de Vilanova Artigas, de cuya escuela proviene, y la de otros arquitectos que han construido la escena desafiante de la arquitectura paulista, como Lina Bo Bardi. En términos regionales, su obra transita como referencia de generaciones procedentes, representadas de sur a norte por jóvenes arquitectos, desde Solano Benítez, en Paraguay, a Mauricio Rocha, en México. Precisamente, del seno de estas generaciones emergentes de la región, sale la figura de Alejandro Aravena (Santiago de Chile, 1965), quien obtiene el Pritzker en 2016, “por su arquitectura ejercida como un desempeño artístico en proyectos para el sector privado o en sus diseños de orden público, en los cuales encarna el reencuentro de la práctica con su compromiso social”.  Como veremos en nuestro encuentro, en sus proyectos, objeto de atención global, este joven maestro parte de determinantes plenamente instaladas como materia de urgencia del programa de la arquitectura contemporánea: la vivienda social, la eficiencia energética, la prevención de emergencias y privilegia el lugar público, como catalizador del bienestar social. En su obra, adscrita por la crítica a la llamada “arquitectura radical” (Adriá, 2016), como sello de las más comprometidas aproximaciones desde el oficio —oficio colectivo siempre, más que “autoral”— a los más urgentes problemas regionales. En esta línea se ubica al lado de grupos de estudio y acción como Ciudades de la gente, que impulsa Teolinda Bolívar en Caracas; el programa Favela Barrio, liderado el arquitecto argentino Jorge Mario Jáuregui, que ha tenido un resonado impacto en el conflictivo ambiente de los asentamientos informales en Rio de Janeiro; y con todo un movimiento arquitectónico que se ha ubicado al centro de la impactante transformación de Medellín, la otrora “Metralla” colombiana, que hoy día constituye epítome de lo que las nuevas corrientes de arquitectura de la región pueden hacer por su transformación.





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